Rancho la Mora |
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Centenario del Rancho La Mora |
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Gerardo Novo Valencia
Centenario del Rancho La Mora
El Sol de Toluca
8 de octubre de 2007
Una notable característica topográfica de nuestra ciudad es la llamada Sierrita de Toluca, que es una cadena de cerros que se conectan de poniente a oriente o viceversa, cuyos eslabones más importantes son los cerros: La Teresona, El Tenismó -donde se ubica la zona arqueológica de Calixtlahuaca-, el Tolotzin o Toloche -que da nombre a la ciudad-, el Zopilocalco y el de Huitzila, el cerro más oriental, en cuya ladera norte se localiza el Rancho La Mora, que actualmente le proporciona la denominación a una colonia; aunque el rancho en sí, es un verdadero remanso, entendida la palabra, como la define el diccionario, es decir: "lugar tranquilo en un entorno que no lo es".
Huitzila deriva su nombre de Huitzitzilin (colibrí o chupamirto), y a su vez, está asociado al dios Huitzilopochtli, cuyo nombre, según nos dice el Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, hace referencia a la dirección del universo que le estaba encomendada, la llamada "izquierda del mundo", porque queda precisamente a la izq. del sol que hace su curso de Oriente a Poniente.
Nuestro paisaje toluqueño, no es el exuberante y lujurioso de la selva tropical, pero tampoco es el solitario y desnudo del desierto, el de Toluca es el paisaje sobrio de una las planicies más altas del mundo. Es una configuración paisajística de colores verdes y ocres, de luminosidad radiante y de atmósfera nítida, a pesar de las apariciones contaminantes.
La protección orográfica del lugar, es fácil de constatar con la mirada; esa cualidad no pasó desapercibida para los antiguos pobladores del valle, pues no es casual que el hombre prehispánico dejara allí la huella de su remota presencia en esa diminuta cordillera.

Cerca de ahí se encuentra en la roca viva el llamado "monolito de las caritas" O "del eclipse", pero sobre todo, el hallazgo arqueológico que en 1985 se hizo en terrenos del rancho, consistente en dos estelas con representaciones de crótalos o cascabeles de serpiente, piezas que datan de los siglos V y VII de nuestra era, y que han viajado por el mundo, a partir de su participación en la memorable exposición: México, esplendores de treinta siglos, llevada a cabo en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Cerca del rancho, en Miltepec, estuvo también la residencia del calpixque o recaudador de tributos de esta zona del valle.
Pero los trozos de historia de ese rancho son muchos más, probablemente a fines del siglo XVIII, este lugar pasó a ser una unidad agrícola importante, y para fines del XIX disponía de 36 hectáreas dedicadas fundamentalmente al cultivo del maíz y de cebada, este último grano, muy demandado por la entonces en auge Compañía Cervecera de Toluca y México, S.A.
Tal como lo dice una epigrafía que se localiza a la entrada del rancho, éste fue adquirido en 1907 por el ingeniero Lucas Rojas Juárez, quien lo convirtió, no sólo en un reconocido productor agrícola y ganadero, sino que con su mano amorosa pobló de árboles el cerro, originando que esta zona sea en la actualidad, el único bosque dentro del casco urbano toluqueño; quien lo dude, sólo tiene que voltear la vista a los alrededores, para confirmar esta aseveración. Ofrecemos una foto antigua donde se ve la alineación inducida de los árboles.

El pasado 30 de septiembre, se celebró el centenario de que la propiedad ha estado en manos de una misma familia, la familia Rojas, cuya sucesión generacional registra los apellidos: Rojas Juárez, Rojas Alemán, Rojas Weisand, Rojas Pizano, Rojas Salas y Vera Rojas.
Don Lucas Rojas Juárez era originario de Jilotzingo, Tlalnepantla, fue alumno institutense, en su momento abrazó la causa revolucionaria; como ingeniero realizó obras muy importantes, destacando el trazo de los ferrocarriles suburbanos de Toluca, alineación de calles y muchas obras para los servicios públicos del municipio.
En los primeros años del siglo XX, el ingeniero Rojas Juárez vivía en la avenida Juárez 42, en su residencia, casi contigua a lo que nuestra generación conoció como Cine Florida; desde ahí diariamente se desplazaba caminando, para llegar hasta el rancho y vigilar el buen funcionamiento del mismo: las adecuadas condiciones de las caballerizas, macheros y pesebres, las bodegas de granos y los establos, las áreas de sementales y paraderos, las zonas de cultivo y demás.
Unos trabajadores eran acasillados y otros de entrada y salida, éstos últimos venían casi en su totalidad de San Pablo Autopan; durante muchos años el encargado del rancho fue don José Rosas.
Un meticuloso trabajo administrativo llevaba las cuentas: liquidación, alcancía, deberes, abonos, restas, adelantos; los pagos se hacían de acuerdo a las labores, tareas y obligaciones: 5 pesos diarios, otros 6, algunos 13, y así sucesivamente.
En la huerta, que se prolongaba casi hasta la actual Pedrera Municipal, se hacían avances de injertos y mejoras genéticas en manzanos, perales y ciruelos; se cuidaban con esmero el apiario y se propiciaba la siembra de sauces o "llorones" que tenían además el atributo de atraer parvadas de pájaros.
En cuanto al ganado, primero se introdujo el criollo, después se cambió a la raza Jersey, que aún con baja producción lechera, su excelente calidad compensaba la diferencia; para 1938, la raza estaba debidamente depurada, la serie de cruzas había dado ganado de diversos colores, tamaños y tipos de cornamenta o bien, cuatezonas sin cuernos.
A las 4 de la mañana y 4 de la tarde, diariamente, se ordeñaba en concordancia con estos horarios, llegaban los vehículos para recoger la producción, procedentes de la hacienda de Doña Rosa, del recordado don Luis Gutiérrez Dosal.
A las vacas se les consentía, sus respectivos nombres así lo revelan: Ninfa, Reina, Muñeca, Chinita, Chula, Paloma, Dama, Princesa, Chiquita, Alondra, Canela y otros.
Por su parte, los toros llevaban nombres como Niño, Duque o Parrandero, destacando un macho suizo, cruza de cebú, que a todas las vacas les dejó algo de su nombre, pues llevaba por buen apelativo, el de: Recuerdo.
En el apoyo de imágenes de este artículo, vemos al arquitecto Alfonso Rojas Wiesand junto a un hermoso ejemplar del rancho.
Toretes, becerros, terneras y novillos pastaban apaciblemente en terrenos que hoy son conjuntos habitacionales.
Yeguas, caballos, acémilas y burros cumplían con sus funciones de monta, carga y tiro, respectivamente.
Guajolotes, pípilas, gallos, gallinas y pollos, aportaban la alegría del rancho, con sus cantos y cacareos.
Se procuraba que los implementos agrícolas siempre estuvieran en sus óptimas condiciones: lo mismo daba que fueran arados, cultivadoras, sembradoras o desterronadoras, que yugos, aparejos y otros aperos como coyundas y barzones; hoy en los rústicos muros del rancho aún se puede apreciar una rica colección de estas herramientas de trabajo, hoy piezas de museo.
Todo en el rancho se mantenía listo para entrar en acción cuando fuera necesario: monturas, fierros para marcar, botes para el pozo, tijeras para podar o trasquilar, segadoras, carretillas para majada, azadones o bieldos, sondas, irrigadores, trampas para tuzas, y tantas cosas más.
En el año de 1934, don Alfonso Rojas Alemán, hijo del ingeniero Lucas, culminó su carrera de Odontología en la Universidad Nacional de México y se sumó a su padre en el cuidado y administración del rancho; alrededor de 1935 vivió temporalmente con su familia ahí, los recuerdos de esa época se agolparon en una nueva generación, que desde niños refrendaron el amor por el rancho.
Para los años cuarenta, el rancho era sitio de reunión durante la temporada de tiro al pichón, allí acudía un grupo de entusiastas amigos, pioneros de lo que después sería el Club Cinegético de Toluca; presentamos una fotografía tomada por don Juan Salgado Almazán, en la que, teniendo como fondo el rancho, aparecen: Carlos D'Ville, el "güero" Castillo, doctor Alfonso Rojas Alemán con sus pequeños hijos Guillermo y Alfonso Rojas Wiesand, Etienne Giraud, Eduardo Hernández, Felipe Chávez Becerril, Apolonio Guadarrama, Guillo Fernández, Ricardo Márquez, J. Luis Navarro, "Flaco" Pliego, León Guzmán, Zúñiga y el entonces niño, Mariano Salgado Montesinos, entre otros.
En 1956, el doctor Rojas Alemán, quien desde 1944 vivía en la ciudad de México, visitaba el rancho cotidianamente, pero enfermó y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente, desde entonces su hijo Guillermo se hizo cargo del rancho.
Pero los tiempos cambian, la vida rural que abrazaba a la provinciana Toluca, se fue desdibujando, los viejos caminos cedieron su lugar al pavimento y al asfalto, las viejas sementeras, praderas y milpas se vieron holladas por miles y miles de construcciones.
La publicidad inmobiliaria, centrando sus mensajes en urgentes requerimientos citadinos, empezó a denominar los nuevos fraccionamientos residenciales, utilizando términos como: lomas, valles, bosques, parques, prados, prometiendo profusas vistas hermosas, cielos transparentes, verdes en plenitud e incomparables panoramas, para dar la ilusión de que se vive en contacto con la naturaleza y entonces tuvo que diseñarse una política de preservación de los pulmones de la ciudad.
La Gaceta del Gobierno del Estado México, de fecha 15 de agosto de 1959, publicó el acuerdo que decretaba como zona de reserva una pequeña superficie de la Sierrita de Toluca, incluidas algunas áreas como Miltepec, parte del rancho la Mora, Tlacopita y otros.
Años después, el 22 de julio de 1976, se expidió el decreto del ejecutivo del estado, por el que se creaba el Parque Estatal Sierra Morelos, con una extensión de 3'949,614.20 metros cuadrados, colindando en su polígono V, con el Rancho La Mora.
El 15 de septiembre de 1981 se integró al parque citado una superficie de 12'550,929.63 metros cuadrados, incluidos ya los de la declaración de 1976.
Al inicio de los años ochenta del siglo que recién hemos dejado atrás, hubo que emprender una dificultosa, pero loable tarea consistente en restaurar las construcciones del rancho La Mora, detectar los terrenos no afectados por la demarcación del parque, resolver el rezago de asuntos pendientes, pagar impuestos con sus respectivos recargos y multas, obtener los permisos para subdividir y fraccionar, poner todo en orden, hacer frente al hallazgo arqueológico en cumplimiento con la ley, cubrir los gastos de exploración y rescate de las estelas -de las cuales brindamos sendas fotografías-, construir terrazas para prevenir la erosión, rehabilitar la casa y dar ornato a donde se requería.
Hoy el rancho puede ser conocido y disfrutado por los toluqueños, ya que ha iniciado una nueva etapa en su historia, dando muestra de cómo el patrimonio cultural material, el patrimonio contextual y el patrimonio intangible pueden adaptarse a los nuevos tiempos.
Guillermo Rojas Wiesand falleció el 26 de julio de 2005, y de acuerdo a sus deseos, sus cenizas reposan, al pie del árbol de la Mora que da nombre al rancho; de él hay que decir, que su trabajo como ejecutivo de una conocida empresa editorial, lo alternó con el gusto por la música, especialmente de guitarra, de la cual publicó varios métodos.
Sus frecuentes y prolongados viajes de trabajo por Centro, Sudamérica y el Caribe, le hicieron llegar a ser un gran conocedor de una música que suele denominarse de muchas formas: tradicional, popular, folklórica, regional, típica, etnográfica, vernácula o anónima, pero que independientemente de la precisión y acierto idiomático que se tenga para definirla, son los géneros que identifican a los pueblos de la parte no sajona de nuestro continente, llámense cuecas, tangos, milongas, huainos, chilenas, marineras, corridos, huapangos, sones, pirecuas, jaranas o bambucos.
Este acervo, según se anunció el día de la celebración, fue donado o se donará a Uniradio, por lo que seguramente pronto lo escucharemos en la radiodifusora de nuestra Universidad.
Guillermo Rojas propició reuniones de amigos en las que se practicó y fomentó la siembra, ya no de granos y semillas, sino la del gusto por nuestra entrañable música, invaluable labor, porque gracias a eso, como dijo otro recordado amigo, Jas Reuter: "El pueblo mexicano seguirá cantando, pese a la petrolización de sus tierras, aguas y cielos, pese a la inflación y a las conurbaciones que lo amenazan".
Guillermo, Memo para sus amigos y familiares, falleció el 26 de julio de 2005 y sus cenizas, de acuerdo a sus deseos, reposan al pie del árbol de la Mora, que da nombre al rancho, que parece un lugar mágico por su belleza, su sobrevivencia, su encanto y su seducción de mexicanidad. (A/S)


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